lunes, 21 de septiembre de 2015


LA PÉRDIDA DE LA PAREJA. EL DUELO NECESARIO


La pérdida de la pareja es la primera causa de estrés conocida. En nuestro medio cultural, estamos acostumbrados a no ver la muerte como un acontecimiento que acompaña a la vida. Se nos inculca la creencia que la muerte es algo que no nos va a afectar a nosotros mismos, y, por extensión, a los que amamos. Esta creencia cala nuestro inconsciente, y desde ahí, nos susurra que somos invulnerables, inmortales, que siempre se muere el otro, nunca el propio yo. Esto que es, claramente, un ejemplo de apartamiento de aquello que no nos gusta, está vividamente grabado en nuestra mente, y desde ella, ejerce su influencia. Está claro, pues, que sintiendo de esa manera, alejamos mágicamente uno de los extremos del binomio vida-muerte, sin que por ello éste desaparezca. Nos causa un especial rechazo que algo, tan destructor, forme parte de la vida que queremos. Nos resistimos, en suma, a aceptar nuestra finitud. Es, según dice Irvin Yalon, como intentar mirar el sol, nadie lo contempla de frente, si no es por un fugaz instante.

A lo dicho hasta ahora, que es válido para todos, habremos de sumar la circunstancia agravante de la desaparición de nuestra pareja, de nuestro compañero de vida, Normalmente, esta pérdida sucede tras una convivencia de muchos años, donde se ha formado un sólido vinculo que se desvanece bien sea por accidente o por enfermedad. Si ha habido tiempo, nos habremos podido ir representando el final temido. La expresión “falleció tras una larga y penosa enfermedad” sirve, o debe servir, para ir entrando en la difícil noción de que esa vida que amamos, está tocando a su fin.  

La pregunta que cabe hacerse ahora es, cómo se puede afrontar una herida de estas dimensiones y, además, seguir viviendo de forma aceptable. Para la respuesta, viene a nuestro auxilio el modelo de cinco fases que la Dra. Kubler Ross trazó para explicar el proceso de morir. He de advertir que, este modelo es también válido para el acompañante del que va a morir, sólo que sin el desenlace final. El primer momento que denomina de “negación-aislamiento”, cumple la función de suprimir la realidad que amenaza. Se dan  pensamientos del tipo “esto tiene remedio si no es aquí, será en Estados Unidos”; “los médicos están equivocados”; “juntos podremos vencer la situación”, etc. A esta fase, le sigue la de ira  que se proyecta en todas las direcciones y contra todas las personas que tienen algo que ver con el mundo del enfermo. Aparecen sentimientos de irritabilidad, el no poder dormir, el desasosiego, la rabia irracional, en suma. A continuación, viene la fase de pacto-negociación, dado que las anteriores no han conseguido revertir el proceso, el enfermo pide a Dios, amablemente, si es creyente, una demora, a cambio de ser mejor persona. En la cuarta fase, o de depresión, la noción de pérdida de la vida acaba por imponerse. Es un tipo de pena preparatoria ante la certeza de abandonar lo que aún se posee. La verbalización de ese dolor ha de tener un lugar prioritario en la comunicación, pues para el paciente es el tema que más le interesa en esos momentos. Por último, la fase de aceptación sobreviene cuando se ha dejado de luchar y lo único que se desea es partir en paz y sin dolor. Es el  momento del lenguaje no verbal de los gestos, coger de la mano, aguantar el silencio y otorgar el permiso para salir.
Este modelo pretende dibujar el itinerario que se ha de recorrer, en su totalidad, si se ha de comprender y empezar a superar el proceso de morir de nuestra pareja. Es, como cabe pensar, la situación ideal, que en muchas ocasiones no se da, y lleva aparejada, como consecuencia, la prolongación del duelo en el tiempo. Desde la perspectiva del cónyuge superviviente, lo primero que ha de hacer, cuando la etapa de shock emocional haya amainado, es reconocer la pérdida (viudedad). La pareja ya no está y comienza una nueva vida en soledad, temporal, que ha de permitir experimentarse de nuevo en singular. Bien es verdad, que los recuerdos y el acervo de experiencias vividas, vienen a sustituir, de alguna manera, la presencia física perdida. Esta fase, tiene una duración variable según sea la persona que la protagoniza y las tareas del duelo nunca van a tener una duración standarizada. Es algo estrictamente personal, y debe acabar por superarse, tras un periodo de tiempo razonable. El proceso de dasapego debe sustituir, paulatinamente, a aquel otro en que los cónyuges aparecían fusionados y siendo “una sola carne”. No se me oculta que esta tarea, que parece fácil en el papel, lo sea también en la realidad, pero ha de hacerse. Por último, habrá que dar un sentido constructivo a la pérdida, para vivirla como una transformación personal. Ser capaz de seguir con el oficio de vivir, de manera digna, debe ser el final deseable para todo aquel que ha perdido a su pareja.      

lunes, 6 de julio de 2015

¿CUÁNDO BUSCAR AYUDA PSICOLÓGICA?

En repetidas ocasiones se me ha preguntado cuándo una persona debe buscar ayuda profesional para si misma. En realidad, he de decir que, no hay una “respuesta tipo” que sea válida para todos. En buena ley, sería justo decir que depende de la situación en la que se encuentre. Pero, en un esfuerzo por hallar un factor común que pueda ser una guía ilustrativa, yo diría que hay un signo para ponerse a buscar ayuda, y este es el exceso. Me explicaré. Cuándo algo a lo que llamamos manía, preocupación, situación conflictiva, problemas con la gente, insomnio, desazón, etc., está expresada de forma demasiado frecuente y general, es una señal que debe ponernos en guardia. Hay un “algo” que no nos permite estar bien, que nos impide estar en paz  y que nos roba el sosiego deseable para llevar la vida “normal”, esa que suponemos que tienen los demás.

     Lo propio frente a este tipo de situaciones es acudir a la gente allegada en busca de consejo. Recurrir a la familia, o a los amigos de confianza, es la respuesta más frecuente que se da cuándo uno siente que no está bien. Y está bien que así sea. Pero, en demasiadas ocasiones, estas mismas personas nos van a decir que, buscar ayuda profesional es una tontería o una pérdida de dinero. Que de los problemas se sale por uno mismo, y sólo hay que proponerselo en serio. Además, parece que ir al psicólogo supone aceptar que uno está mal de la cabeza, y ponerse en tratamiento sólo va a confirmar esa sospecha.

     Como se ve claramente, hay un sinnúmero de presuntas razones para no hacer nada y seguir aguantando, perpetuando así el sufrimiento. No hacer nada, o postergar los posibles remedios para más adelante, no contribuye en nada a solucionar el problema. Lo que sí se consigue, sin duda,  es encallecer la situación y hacer más duro y penoso el camino de la recuperación.

     Tener problemas en la vida, es normal. La vida es agonía, decían los griegos, o sea, lucha en castellano, y que cada uno somos los protagonistas –los primeros luchadores- de nuestra propia vida. Esto, que debe ser aceptado por todos, no nos debe impedir ver que para algunas situaciones, no tenemos la solución en nuestras manos. Reconocer, pues, que uno necesita ayuda, en determinado momentos, no es nada vergonzoso y, muy al contrario,  la respuesta más sensata.


     Voy a tratar de caracterizar algunos de los desórdenes emocionales más frecuentes,  a fin de que el lector tenga una noción clara de cuándo se debe consultar al psicólogo.

1)     Ansiedad. Es el síntoma más frecuente que impulsa a buscar ayuda. Tiene manifestaciones muy llamativas del tipo de miedo, temblor en las manos, sudoración, palpitaciones, sentirse amenazado por males reales o desconocidos, etc. etc. Se desencadena ante estímulos que sólo siente la persona ansiosa, pero, aunque son subjetivos , su vivenciación resulta muy desagradable.
2)     Fobias. Constituyen un elenco de miedos particulares: a la gente, a las alturas, a los animales, a los insectos, etc. Normalmente, son desplazamientos de deseos personales, poco aceptables, hacia objetos- símbolo más tolerables para el sujeto.
3)     La depresión. Es lo que se siente como una pena intensa  que impide a la persona desempeñar su vida normalmente. Fallan  la  autoestima y la percepción de los aspectos positivos de la vida y del mundo. La agresividad está vuelta contra el sujeto, y de ahí proviene su auto-desprecio. En el fondo, la persona se siente indigna de experimentar una vida plena.
4)     Obsesiones. Son ideas, no deseadas, que se imponen a la conciencia del sujeto y que generan una intensa angustia. Las más frecuentes son de tema higiénico (gérmenes), moral (estar en pecado) y también de duda (imposibilidad de escoger entre alternativas).
5)     Hipocondría. Aquí la persona pretende hacer creer, y cree ella misma, que tiene alguna enfermedad física que ningún médico le sabe diagnosticar. Lo que ignora es que esos problemas físicos son la expresión de problemas emocionales que, al no ser conocidos y tratados, se somatizan (se convierten en físicos).



Como se verá por lo dicho hasta aquí, tanto los problemas enumerados como los que quedan sin mencionar, son perfectamente conocidos y tratables. No hay que olvidar que en el mundo se dedican millones de horas de psicoterapia, de todos los días, a tratar de ayudar a las personas que se sienten  desgraciadas. Quiero finalizar diciendo que, cuando la realidad se vuelve insoportable, siempre hay una o varias soluciones a nuestro alcance para remontar la situación, tan solo hay que permitir que nos ayuden.

jueves, 7 de mayo de 2015

Ayuda Mutua y Envejecimiento Activo

Quiero comenzar este artículo recordando  lo que la Humanidad debe al ejercicio de la Ayuda Mutua entre las personas. Para empezar se puede afirmar que, el progreso humano se fundamenta en la A.M en el sentido más amplio. La mayor parte de los logros que han proporcionado continuidad , y a la postre historia, a los hombres se basan en la reciprocidad de favores y servicios. No obstante, más recientemente, la A.M. como movimiento,  ha cogido una renovada fuerza gracias a la difusión del voluntariado social entre nosotros. En una época como la actual, donde los medios virtuales para encontrar a los demás son tan abundantes, han reverdecido las dos actitudes de fraternidad más antiguas que se conocen. Y hemos de alegrarnos de que sea así, pues  nos permite que en el último tercio de la vida, donde el tiempo libre está más presente, podamos ejercer ambas de manera más generosa.